Jaime García Crespo ha realizado un contundente balance sobre el curso que acaba de terminar en su última columna en ÉXITO EDUCATIVO titulada «Carta de ajuste» . Entre los distintos temas tratados en su perspicaz análisis me quedaré con una cuestión, concretamente con una frase, que debería hacernos saltar todas las alarmas: “nuestros docentes no están quemados, están achicharrados”. Y es que la salud social y hasta moral de un país depende, en gran medida, del estado de ánimo de los profesionales que tienen por principal cometido la educación de nuestros hijos.
Para saber que los profesores no están bien solo hay que darse una vuelta por cualquier centro educativo y hablar con ellos, cosa que hago casi a diario. La situación variará por etapas y por colegios pero la sensación, como señala García Crespo, es bastante generalizada como para que nos la tomemos en serio. Desde mi propia experiencia como docente universitario también he sido testigo en primera persona de este burnout y no han sido pocos los colegas, con muchos años de experiencia, que me han confesado no haber vivido nunca una situación igual de hartazgo y de estrés. Pero la cuestión de la docencia universitaria es harina de otro costal que daría para una tesis, nunca mejor empleada en su ámbito natural.
Está claro que la pandemia (que además no cesa) ha pasado su factura a todo el mundo, y a los profesores como a otros profesionales que la han vivido en primera línea indudablemente les ha dado de lleno. Pero, no podemos atribuir a la pandemia la única causa de este malestar. Como en casi todos los grandes problemas, probablemente, estemos ante un conjunto de causas multifactorial. Una administración y unos políticos de vuelo gallináceo, una burocracia cada vez más absurda y devastadora, unos estudiantes desnortados y desmotivados, unos padres desbordados cuando no al borde de un ataque de nervios… Todo este conjunto de cosas -habrá que ver cuáles son las que más influyen- están haciendo de la que debería ser una profesión maravillosa, una labor de riesgo para la salud física y mental. En Francia ya se está viendo como profesores (incluso funcionarios) abandonan la profesión porque no lo soportan. Esto es algo que, en España, también ocurre como ya ha denunciado algún informe del Defensor del Profesor de ANPE.
Como escribió hace tiempo en estas mismas páginas virtuales la psicóloga Úrsula Perona «un docente estresado, con depresión, o ansiedad, afecta significativamente a toda la comunidad educativa». Yo lo extendería, insisto, a toda la sociedad. De los profesionales de la salud sí se han aportado datos bastante elocuentes como que un 42% tienen riesgo de sufrir un trastorno de salud mental de tipo ansioso o depresivo tras casi dos años de pandemia. Los responsables políticos, a los que se les llena la boca cuando hablan de Educación y Sanidad (especialmente cuando les sirve como coartada para justificar sus sablazos fiscales), deberían atender mucho mejor estos aspectos pues si siguen achicharrando así a sanitarios y profesores van a terminar prendiendo fuego a otras mechas de muy imprevisibles consecuencias. Desde ÉXITO EDUCATIVO seguiremos muy atentos esta cuestión en la que nos jugamos gran parte de nuestro futuro.
Be the first to comment on "Docentes achicharrados"